La Universitat de València presentó anoche en Madrid tres libros sobre Chile, con motivo del 40 aniversario del golpe: Chile en la pantalla. Cine para escribir y para enseñar la historia (1970-1998), de Joan del Alcàzar, coeditado con el Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, dependiente de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile (DIBAM); Chile 73. Memoria, impactos y perspectivas, editado por Joan del Alcàzar y Esteban Valenzuela en coedición con la Universidad Alberto Hurtado; y Derechos humanos y justicia en Chile: Cerro Chena campo de prisioneros, de Manuel Ahumada. Tras la presentación, el autor de los dos primeros contestó a algunas preguntas formuladas por Prensa UNE. La entrevista puede ser utilizada íntegramente o en parte por los medios de comunicación.
P. Ha estudiado 25 años de filmografía chilena. ¿Custodia el cine chileno algo de su historia, que no se encuentre en otras fuentes?
R. El cine, -ya sea una película de ficción o un documental- es un testimonio, una fuente primaria en manos del historiador. Puede servirnos para profundizar en el conocimiento del proceso o el acontecimiento histórico que trata; para hacerlo sobre la sociedad en la que ha sido producido; o para las dos cosas. Y podemos utilizarlo para avanzar en nuestro conocimiento como investigadores o para facilitar nuestra función de docentes. Desde este planteamiento el cine chileno puede aportar algo muy parecido a otras filmografías.
P. Divide el libro en cuatro etapas. La vía chilena al socialismo en el marco de la guerra fría es la primera de ellas. ¿Qué cine se hizo en ese momento?
R. En cada una de las etapas se producen algunas obras notables, a cargo de cineastas chilenos que trabajan dentro o fuera del país. En este libro he utilizado obras que, independientemente de su calidad artística, permiten avanzar en sintonía con los objetivos generales a los que me he referido antes. Se hace un cine que refleja las tensiones internas de la sociedad chilena (Palomita Blanca, por citar un caso), que con frecuencia es un cine militante que puede ser de alta calidad, y ahí está, por ejemplo, La Batalla de Chile, de Patricio Guzmán.
P. Después, llega la dictadura. ¿Cómo se utilizó por parte del régimen este instrumento?
R. No hay, en la práctica, un cine de la dictadura. De hecho, apenas se hace cine en Chile durante los diecisiete años de Pinochet. No obstante, hay realizadores –como Silvio Caiozzi o Carlos Flores− que se juegan literalmente la vida para rodar en Chile, y otros que lo hacen desde el exilio con mayor o menor apoyo económico. El cine fue bien aprovechado por los opositores a la dictadura, y ahí están –por citar algunos realizadores− Sergio Castilla, Orlando Lübber, Miguel Littin o Patricio Guzmán.
P. ¿Hubo alguna evolución durante los años de la dictadura?
R. La dictadura propició algún film esperpéntico. Los buenos cineastas, todos ellos opositores más o menos militantes, trabajaron por ganar espacios de libertad y de denuncia de los crímenes y del dolor generados por el gobierno militar. Y ahí está el documental de Ignacio Agüero No olvidar, sobre los cadáveres de los Hornos de Lonquén, que trata sobre la primera vez que se demostró la muerte de los cinco varones de una familia de detenidos desaparecidos.
P. ¿De qué fuentes bebió el cine chileno durante ese período?
R. Pues de la realidad que rodeaba a sus profesionales. Los que estaban dentro de Chile del horror de la dictadura y los que estaban fuera de lo mismo y de los dolores del exilio.
P. A su modo de ver, ¿hay alguna peculiaridad que le sea propia al cine chileno de la dictadura en comparación con las filmografías de otros regímenes autoritarios de nuestra historia o presente?
R. Quizá su gran combatividad. Hay realizadores en el interior que trabajan contra viento y marea y sobreviven con trabajos alimentarios en el campo de la publicidad, por ejemplo. Y otros desde el exterior (Littin y Guzmán son los más reconocidos) que mantienen encendida la llama de la resistencia con gran acogida en Europa y Estados Unidos fundamentalmente.
P. Se recupera la democracia y cuál es el papel que adopta el cine chileno en esta nueva época, desde el punto de vista social y político.
R. El cine siempre refleja con mayor o menor nitidez la sociedad en la que se produce. Con la recuperación de la democracia el cine chileno revive en el interior. Aparecen obras de ficción emblemáticas como La Frontera (1991) o Machuca (2004), acompañadas de otras como Johnny Cien pesos (1993), Amnesia (1994), Consuelo (1994) o Fiestapatria (2007).
P. ¿Ha revisado Chile su pasado reciente, estos cuarenta años, a través del cine?
R. Sí, pero no sé con qué grado de éxito. Machuca fue un acontecimiento cinematográfico enorme. Es una gran película de ficción que es el emblema de un período. El cine documental también ofrece grandes obras, entre las que destacaría La memoria obstinada (1997), Fernando ha vuelto (1998) o I Love Pinochet (2003). Lo ha hecho, entiendo, de la única manera que se puede hacer: enfrentando al espectador con la pantalla.
P. ¿Ha contribuido el cine a cerrar las heridas de la sociedad chilena?
R. Como estamos comprobando estos días, cuarenta años después, lamentablemente, las heridas de la sociedad chilena todavía sangran. Existen memorias en conflicto; memorias en el sentido de relatos sobre el pasado. La derecha chilena, una parte al menos, es irreductible y se niega a reconocer los horrores de la dictadura. Los opositores han sido mucho más autocríticos, pero se han encontrado con muros insalvables en sectores adscritos a lo que fue el pinochetismo.
P. ¿Cabe establecer algún paralelismo entre España y Chile a la hora de revisar ese pasado reciente a través de las pantallas?
R. Hay muchos paralelismos entre la historia reciente de Chile y España, aunque en nuestro caso el trauma de la Guerra Civil y la dictadura están más alejados en el tiempo. No obstante, ambas sociedades han vivido experiencias de un enorme traumatismo y eso, claro, se refleja en su cine.
Pie de foto (de izqda a dcha): Joan del Alcàzar, catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat de València; Sonia García, profesora de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III y autora de Spain is us (PUV), y Manuel Ahumada, presidente de la CGT en Chile.