INTERVENDRÁN: José Manuel Sánchez Ron, catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de la Real Academia Española;Jesús Català, profesor de Historia de la Ciencia y responsable de la revisión científica de la traducción; y Juli Peretó, profesor de Bioquímica y Biología Molecular de la Universitat de València
Pocas historias de grandes hombres ofrecen tanto interés – y tantos misterios – como la vida de Charles Darwin, el científico más significativo del siglo XIX, cuyas ideas todavía inspiran descubrimientos y controversias después de más de cien años de su defunción. El primer volumen de la aclamada biografía escrita por Janet Browne, El viaje, nos ofrece una estampa detallada y exhaustiva de Darwin, como hombre y como científico. En él se narra la historia de su juventud como aprendiz de científico hasta la génesis y el desarrollo de sus ideas, pasando por el aventurero viaje como sabueso, su matrimonio y el nacimiento de sus hijos. En 1858, a la edad de 49 años, Charles Darwin era un científico que llevaba una vida apacible en Down House, en el condado de Kent. Todavía no se hallaba en el foco del debate; su «gran libro sobre las especies» aún estaba encima de su mesa de despacho en forma de una gran pila de hojas manuscritas. Durante más de 20 años había estado acumulando material para el libro, reflexionando sobre las cuestiones que iban surgiendo e intentando –parece que hasta la saciedad– alcanzar una conclusión satisfactoria. Parecía que la publicación de este manuscrito no llegaría nunca por los numerosos retrasos debidos a su inherente cautela y deseo de asegurarse de que su asombrosa teoría sobre la evolución era correcta. En este punto arranca el segundo y último volumen de la biografía de Janet Browne, El poder del lugar. Ahora, comenzando por los extraordinarios acontecimientos que finalmente forzaron la publicación de El origen de las especies, llegamos a los años de la fama y de la polémica. Tras reseñar El viaje, Geoffrey Moorhouse observó que «si el segundo volumen de Browne es tan lúcido y exhaustivo como el primero, entonces no habrá necesidad de que nadie más escriba sobre Darwin.» El poder del lugar justifica triunfalmente este elogio.