Maiakovski

Julio, 29, 2022

Gracias a una magnífica edición de las Universidades de San Jorge, Castilla-La Mancha y Cantabria disfruto con la lectura de Para la voz, una selección de poemas con los que Vladimir Maiakovski fundó el movimiento futurista en Rusia.

Originalmente, aquella novísima vanguardia procedía de Italia, siendo Marinetti su principal apóstol.

A principios del siglo XX, Marinetti creía que la revolución industrial y la consagración de la máquina como sinónimo de progreso estaban cambiando sustancialmente las sociedades modernas, tanto como para que también lo hicieran sus expresiones artísticas. Atrás, lejos de las rabiosas vanguardias debían quedar forzosamente las antiguas convenciones de ritmo y rima, para incorporar a la poesía los mismos o parecidos mecanismos que regían la actividad fabril, una cadena de producción, el golpe del émbolo, el matrimonio de los tornillos con las tuercas… (Uno de los poemas más famosos de Maiakovski se inspiró en una historia de amor entre un torpedero y una torpedera).

En un plano político, el futurismo literario ruso relacionó muy pronto las innovaciones estéticas de Marinetti con las ideas políticas de Lenin.

La revolución del proletariado soviético debería ir, según Maiakovski, El Lisitski y otros artistas bolcheviques, pareja a una renovación total del lenguaje literario. Los estilos de Tolstoi, Dostoievski, Turguenev o Andreiev, a los que Maiakovski y sus amigos consideraban autores del pasado, serían sustituidos por la escritura automática y la reivindicación política.

Los poetas deberían dirigirse a los soldados, a los marineros, a los obreros, con poemas impactantes, que les removieran las entrañas y reforzasen su fe en las conquistas sociales. Pero no solo las palabras eran nuevas. También la manera de expresarlas, sus formas, los colores de las tintas, el tamaño de las letras, el diseño de las estrofas, la variedad de los tipos... Igualmente, en la puesta en escena de los nuevos poetas sus recitales rechazaban el tono clásico de engolados rapsodas de una poesía decimonónica que jamás debería regresar a una Rusia revolucionaria, para abrir puertas a la propaganda y al grito.

La poesía, como más tarde diría en España Gabriel Celaya, había pasado a ser «un arma cargada de futuro».