
Los sacramentos son para los hombres (“sacramenta propter homines”). Todos y cada uno de los sacramentos tiene un fundamento antropológico. Pero este fundamento, si bien permanece invariable en su esencia, va cambiando al ritmo en que cambian las situaciones de la vida en las que se enraízan: cambian los demandantes y los receptores en su situación vital: edad, experiencia, expectativas de cumplimiento, repercusión familiar, social, eclesial y compromisos que conlleva el rito celebrado. Y muchos se preguntan: “¿Para qué me sirve en la vida práctica este sacramento? ¿Qué añade a la concepción y práctica habitual de mi vida?
Contemplados los sacramentos desde la razón y la vida práctica, es difícil comprenderlos, porque sus efectos no son inmediatamente constatables, actúan en lo invisible y se manifiestan en ciertas actitudes y comportamientos. Es necesaria la clave de la fe para interpretarlos. Se requiere una visión trascendente que va más allá de la materialidad inmanente. Se requiere una interpretación de la existencia humana que cuente sí con lo humano, pero que no encierre el todo en lo humano.
Con otras palabras: se requiere una fe confiada en la voluntad de Dios, que se ha revelado en Cristo: con su vida, sus palabras y su ejemplo. Es desde Jesucristo como referente, desde quien se ilumina la entrega de la persona, y la totalidad de la existencia humana, y el sentido de los sacramentos, como signos de su presencia actuante en esos momentos álgidos de nuestra vida.