
El papa Francisco al entregarnos la Bula de convocatoria del Jubileo ordinario de 2025, nos invitó a ser cantores de esperanza con gestos y con palabras, en un mundo herido por la desesperanza, inmerso solo en el presente e incapaz de mirar hacia el futuro. Nos animó a que su melodía haga vibrar las cuerdas de la humanidad y despierte en los corazones, sedientos de verdad, bondad y belleza, la alegría y la valentía de abrazar la vida.
En efecto, a todos nos hace falta la esperanza. Todo, dentro y fuera de nosotros, la anhela. Todos la necesitamos. Y la esperanza no defrauda (Rom 5, 5). Para alcanzar este fin, hemos celebrado en la Diócesis de Salamanca lo que hemos llamado la Semana de la Esperanza: una semana que no ha pretendido otro propósito sino el infundir aliento de esperanza en cada persona que ha participado, ya sea de manera presencial o vía online. Las conferencias, la mesa redonda y la vigilia de oración, con la que concluimos la semana, han sido un soplo espiritual, teológico y pastoral para nuestro quehacer cotidiano; han encendido el corazón, iluminado las inteligencias y nos han ayudado a descubrir signos de esperanza y razones para la esperanza.
El poeta francés Charles Péguy, al comienzo de su poema sobre la esperanza, habla de las tres virtudes teologales —fe, esperanza y caridad― como tres hermanas que caminan juntas:
«<La pequeña esperanza avanza entre sus dos hermanas mayores y no se la toma
en cuenta.
[…..]
Ella, esa pequeña, arrastra todo.
Porque la Fe no ve sino lo que es.
Y ella ve lo que será.
La Caridad no ama sino lo que es.
Y ella ama lo que será.
[…]
Y en realidad es ella la que hace andar a las otras dos.
Y las arrastra.
Y hace andar a todo el mundo».
(El pórtico del misterio de la segunda virtud, Madrid, 1991, 21-23).
Esta Semana de la Esperanza ha sido posible gracias a la ayuda generosa de muchas personas; un tiempo de gracia para redescubrir, fundamentar, anunciar y construir la esperanza.