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Rafael NUÑEZ FLORENCIO | Publicado el 30/03/2012
Una de las peculiaridades de nuestra vida intelectual es la falta de reconocimiento -quiero decir con todas sus consecuencias, no meramente de cara a la galería- de nuestras grandes figuras públicas. Un reconocimiento (ocioso tendría que ser decirlo) que empieza o debe empezar por la lectura y, en su caso, la edición cuidadosa de los textos de esos autores señeros que han marcado una época o que han desempeñado un papel relevante en nuestra historia.
La figura de Joaquín Costa (Monzón, 1846-Graus, 1911) no puede ser más representativa de esa situación de incuria: mucho más citado que leído, resultaba casi escandaloso que sus atrabiliarias memorias permanecieran prácticamente inéditas a pesar de distintas iniciativas de algunos historiadores y de los mismos herederos para que fuesen conocidas. De modo que lo primero que se debe hacer en este caso es saludar la publicación de las mismas, suscribiendo el tono de satisfacción que usa el propio prologuista, el profesor Ara Torralba, al titular la primera página de su estudio preliminar: "Y al fin, las Memorias de Costa". (EL CULTURAL-ES, 30.03.2012)